La cultura de la mediocridad

 

Gracias a las convenciones que nos exigen tener buenas maneras y también gracias a que erróneamente consideramos que la opinión de la mayoría es la correcta es que estamos una cultura de la mediocridad. Desde la misma escuela, se premia a quienes solo aprenden lecciones, pero no necesariamente aprenden a razonar la información a la que tienen acceso. En nuestro país se alaban las faenas de las figuras que colectivamente se ponen como ejemplos, cuando no logran preseas, sino cuando dan ejemplo de la gran entrega y de los eternos “hubiera”. En las oficinas generalmente se mantiene un criterio de “fidelizar a los trabajadores” pero, salvo contadas excepciones, se premia y valora a los que aparentan esforzarse y se demerita el trabajo de quienes, sin hacer tanto alboroto y en silencio, de verdad dan más de lo que les compete. En nuestra política, especialmente para la elección de presidente, durante la era democrática a partir de Serrano Elias, elegimos al que pierde la elección anterior o “al menos peor”. Estamos tan acostumbrados a pensar que no podemos aspirar a algo mejor, que cuando atienden mal en un banco no hay mecanismo efectivo de queja que pueda prosperar, porque el buzón de quejas del ente supervisor es un chiste y un buzón que prácticamente llega a la entidad bancaria que comete infracciones. En el manejo de la pandemia, a pesar de que hay mucha gente molesta porque las vacunas llegaron gracias a la caridad de gobiernos extranjeros, a la hora de acuerpar la voz de indignación en las calles, dejamos solos a los mismos que tienen las agallas de salir. En los estudios universitarios, la mayoría busca ganar las clases y no aprender para ser los mejores en sus carreras, sino los más adinerados, como si el dinero fuera una medida de éxito y no de mediocridad. Los aficionados del fútbol se mantienen fieles a sus equipos y su selección, porque les han vendido la idea de que eso es sentirse orgulloso de su nación, pero a pesar de que siempre es la misma historia de decepciones, se justifica la insignificancia de la selección nacional con mil y una razones y manteniéndose fieles al “espíritu chapín”. Estamos tan acostumbrados a la mediocridad que en lugar de comenzar puntuales las reuniones o las capacitaciones, se esperan minutos en lo que llegan los demás. Gracias a las convenciones y a las buenas maneras, estamos acostumbrados a la mediocridad y a no decir “basta ya”. Porque hay qué ser políticamente correcto.

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